jueves, 17 de abril de 2008

Epoca Colonial

II DE LA COLONIA AL MÉXICO INDEPENDIENTE

En 1519 desembarca Hernán Cortes en el islote de Ulúa y se apresta a conquistar las costas de Veracruz tomando las debidas precauciones, al fundar la Villa Rica, para defenderse de los posibles ataques de los nativos; es cuando se hace la primera fortificación en la que el propio conquistador cava la tierra y acomoda las piedras para formarla.[1]
Como nos lo cuenta Bernal Díaz del Castillo. También tenemos noticias por el propio conquistador de la fortificación que hizo construir en Cempoala (Cartas de Redacción)[2]
Los primeros misioneros que arribaron a la Nueva España tuvieron la necesidad de cercar un gran espacio el futuro atrio de la iglesia, con estacadas de madera de madera para iniciar su misión religiosa y protegerse de los ataques de los aborígenes; esta construcción provisional lo hacen de manera definitiva con cal y cemento, con almenado que se continua con la bóveda dándoles ese peculiar aspecto de f fortificación que en realidad les era necesario en los primeros años de la evangelización.[3]
Durante el Virreinato se estableció, como base de la organización militar lo edificado en la consolidación de la conquista y no medió un Ejército organizado, sino que la defensa del territorio de la Nueva España ya no es interna sino externa debido a que las potencias extranjeras amenazan la hegemonía de España en América por lo que se piensa en la necesidad de fortificar las costas de la Nueva España empezando por Ulúa que, con justa razón era conocido como la “Llave del Reino” y al interior se le l dio a los enco­menderos el uso de milicias improvisadas que formaron con aventureros.
No obstante ellos desencadenaron diversos disturbios, atentados y conspiraciones hacia los virreyes, así como políticas de expansión y de defensa; en primer término respecto a las conspiraciones, se cita la del segundo mar­qués del Valle de Oaxaca en el año de 1565-1566, que fue afrontada por el primer virrey don Antonio de Mendoza, y otras que continuaron con don Luis de Velasco y culminaron con el marques de Falces, don Gastón de Peralta, que terminó con el proceso que se instruyó a don Martín Cortes en España, por el Consejo de Indias, quien fue sentenciado al destierro de la Nueva España a la perdida de sus bienes y al pago de cincuenta mil ducados como multa.

A finales de este siglo el XVI, ya existía en Ulúa la llamada Torre Vieja y una cortina llamada “de las argollas”, que unía aquella con la Torre Nueva, pero solo tenia la función de proteger a las embarcaciones contra los vientos del norte que hacían estragos en ellas.

El asalto del pirata Hawkins en 1568, en el que huyó ante la pre­sencia de la flota que venía de España con el virrey D. Martín Enríquez de Almanza dio por resultado que este gobernante ordenara la fortificación de Ulúa empezando por la artillarla con los cañones qui­tados a Hawkins.[4]
En 1576 se proyectan las atarazanas en Ulúa para la descarga de mercancías, sin que la incipiente fortaleza cumpliera debidamente su cometido.

No es sino en 1500 que don Luis de Velasco el segundo, solicita del rey la intervención de un ingeniero militar que proyectara la debida fortificación de Ulúa y todas las necesarias en la costa de Nueva España.
Juan Bautista Antonelli de origen italiano, que estu­vo al servicio de Felipe II proyectando el fuerte de El Morro en Cu­ba y las defensas de Cartagena de Indias, fue el encargado del pro­yecto.

Las fortificaciones italianas principalmente de Turín inspiraron en mucho el sistema de fortificación que Antonelli proponía para Ulúa.
Consistían básicamente en sustituir las dos torres en baluar­tes debidamente acondicionados para recibir artillería pesada; la solución era rápida y económica, pero defectuosa pues no cumplía con la estrategia militar en caso de ataque sorpresivo tanto por mar como por la banda de tierra (ver plano).

El segundo proyecto del mismo ingeniero para realizarse a plazo mayor, era militarmente mejor estudiado pues consistía en hacer un cuadrángulo con tres nuevos baluartes, el cuarto aprovechando la torre nueva, unidos con cortinas en tres de sus lados; y permane­ciendo abierto el tercero para que sirviera de entrada de embarca­ciones a la dársena.
Ninguno de estos proyectos se realizó oportu­namente por diferencia de opiniones entre te jefes militares, el Ingeniero y todos los que intervinieron con sus distintos criterios. Después de diversos proyectos, debidos a diferentes Ingenieros, que no se realizaban, el castillo seguía en iguales o peores condiciones hasta que se nombra en 1681 al ingeniero Jaime Frank, de origen alemán, para que proyecte lo necesario al castillo, debiéndose a él la forma de recinto cerrado que conserva el fuerte.
En el año de Aún no se concluía la obra de Frank cuando es atacado sorpre­sivamente Veracruz por los piratas Lorencillo y Agramont en 1683, quienes desembarcaron en la Antigua por la noche y en la madru­gada asaltaron Veracruz sin que la fortaleza en proceso de constric­ción, mal artillada y casi sin guarnición, hubiera prestado el auxilio que era de esperarse.


Mientras en tierra adentro se sucedían otras conspiraciones: fueron los tumultos de 1624, entre el arzobispo de México Juan Pérez de las Heras y el virrey marques de los Geves y conde de Priego, don Diego Pimentel v Enríquez de Guzrnan y en 1692 por un problema de torrenciales lluvias, que acabo con las cosechas.


Igualmente, a los atentados que sufrieron los virreyes duque de Alburquerque, en 1660 y el marques de Valero, en 1718 así como los problemas y expansión en las campañas contra los chichimecas de 1554 a 1591, además de la conquista de Florida de 1558 a 1561; cabe mencionar las rebeliones de los indios de La Nueva Vizcaya, como las invasiones de los piratas a Veracruz y Campeche, ambas en el siglo XVII.
El temor a la invasión extranjera crece continuamente.


En 1741 al apoderarse Inglaterra de Porto Belo, la fortaleza sigue siendo mo­tivo de proyectos, discusiones y políticas internas sin que se hicieran en ella las obras necesarias de defensa; el virrey ordena se prosiga con urgencia la obra ya que la toma de La Habana en 1762 provoca gran alarma en Nueva España.


Se nombra encargado de las obras a don Agustín López Cámara Alta quien critica la forma irregular de los baluartes y la falta de un revellín hacia el lado del mar que proteja ampliamente el fuerte.
A él se debe la regularización de los baluartes y la construcción de la media luna o revellín de San José.


Durante el gobierno del virrey marqués de Croix se hace cargo de las obras don Manuel de Santlesteban el que hace algunas refor­mas al fuerte y al revellín de San José construyendo las plazas de armas de Santa Catarina y El Pilar, así como las baterías rasantes de San Miguel y Guadalupe ahora desaparecidas; pero siguen las discu­siones y se forma la junta de fortificación de Veracruz, haciendo reformas al proyecto sometido previamente al juicio del conde de Aranda, realizándose al fin las últimas obras en Ulúa ya finalizando el siglo XVIII.


Más adelante la, invasión francesa de 1685 a 1686; la, rebelión de los indios en, Nuevo México de 1680 a 1694 y la conquista de California que no fue hecha al finalmente por la vía de las armas sino por medio de la evangelización, el 18 de marzo de 1683 por los misioneros jesuitas entre los que iba el padre Eusebio Francisco Kino.


Militarmente, la Nueva España sólo contaba con guarniciones defen­sivas como lo eran San Juan de Ulúa que era una planta casi rectangular con cuatro baluar­tes también irregulares con su caballero alto sobre el baluarte de San Crispín y la torre de la farola que sustituyó a la torre vieja sobre e! baluarte de San Pedro; la más completa en su tipo pues tiene frente a ella la media luna, revellín rodeado de fosos, que permitía una mejor defensa del tambor y entrada de la fortaleza en un ataque por mar
Las costas del Atlántico eran defendidas por un sistema de fortifi­cación que, empezando por Ulúa en Veracruz, seguía en el presidio de Laguna de Términos, las ciudades fortificadas de Campeche y Mérida hasta Sisal y frente al Caribe, en la laguna de Bacalar el fuerte del mismo nombre, para continuar a Porto Belo en Panamá, Cartagena de Indias en Colombia y las fortificaciones de La Guaira, San Carlos y Zaparás en Venezuela.


Cubriendo así la costa america­na del Atlántico en cuya entrada al golfo de México permanecía vigilante la fortaleza del Morro en Cuba.
Hacia el norte, llegando al litoral de los Estados Unidos, se hicieron obras de fortificación en la Florida.


Las ciudades de Campeche, Veracruz y Mérida fueron cerradas con murallas en la forma de redientes y baluartes, para protegerlas de la piratería, dejando puertas que unían los caminos principales que conducían al interior y a los suburbios.


La más importante sin duda fue la ciudad de Campeche que por su gran riqueza maderera y la rica región agrícola que la rodea fue especialmente ambicionada por los piratas y corsarios quienes frecuentemente la saqueaban hasta que el virreinato optó por ponerla en estado de defensa.
Desde el siglo XVII se inicia la rápida fortificación de la ciudad por el go­bernador don Francisco de Bazán, construyéndose trincheras y fuertes en los lugares más estratégicos.


En 1680 Jaime Frank pro­yecta la muralla, los baluartes y las puertas de tierra y del mar, for­mando un recinto cerrado en forma de hexágono de lados desiguales en cuyos ángulos sitúa los baluartes; fuera del recinto también se construyeron fuertes en los sitios convenientes a la estrategia militar.


La lentitud con que progresaba la obra hizo que la ciudad fuera constantemente asaltada y saqueada sin que su defensa fuera efecti­va.
Después de Jaime Frank interviene el ingeniero Martín de la Torre, sin modificar en lo esencial el proyecto de Frank, optándose por seguir este ultimo bajo la dirección del tesorero don Pedro Velázquez.


En el siglo XVIII se terminan prácticamente las obras de fortificación de Campeche añadiéndose solamente al proyecto de Frank las puertas de San Francisco y San Román. A iniciativa del gobernador Antonio de Oliver se inician las defensas exteriores, fuera de la muralla, pues sin aquéllas, ésta resultaba Insuficiente para la defensa y, con este criterio, se construyen el reducto de San Joa­quín, la batería fija de San Matías y la de San Lucas al oriente; por el poniente el reducto y batería de San Miguel, las baterías de San Luis, San Roberto, San Carlos y San Femando.


Todas estas últimas tenían por objeto cruzar sus fuegos e interceptar debidamente al enemigo; pero tenían el inconveniente de sólo proteger el lado del mar pues casi todas ellas son costeras y no defendían eficazmente la banda de tierra por donde, con mayor facilidad, se podía asaltar la plaza.


La fortaleza proyectada en la isla del Carmen por el Ingeniero francés Courselle no se realizó y en el siglo XIX, con carácter de provisional, fue hecha en madera sirviendo de base para la que encierra en 1838 el comandante José del Rosario.


En Yucatán también se hicieron obras de fortificación en lo que fue el convento e iglesia de San Francisco en Marida, rodeándolo de muralla y baluartes en el siglo XVII y recibiendo el nombre de Ciudadela de San Benito.


Situada en el interior de la península, nunca corrió el peligro de un asalto de la piratería; pero si fue atacada va­rias veces por los nativos.
El templo franciscano dedicado a la Asun­ción fue fundado en 1546 sobre uno de los montículos de T'Ho (ciu­dad de los cinco cerros) monumental sede de los itzaes.


La fortaleza quedó terminada en poco más de un año, aproxi­madamente en 1644, con la siguiente protesta de los franciscanos que se veían encerrados conjuntamente con las construcciones ane­xas a la fortaleza como son los cuarteles de tropa, los almacenes de pólvora, etcétera, incompatibles con sus actividades.


A muchos ruegos y gestiones de los frailes se logró que a la mura­lla se abrieran tres puertas; una al poniente para la milicia, otra al sur para los frailes y otra al oriente para los servicios parroquiales.

Posteriormente por orden de don Frutos Delgado, gobernador de la provincia, se cerraron dos puertas quedando sólo la del poniente. La muralla formaba un hexágono con seis baluartes y era en su planeación semejante a la de Campeche, sólo que de mayor altura y resis­tencia.
La muralla fue demolida en 1869 por orden del Ejecutivo del Estado.


La capital del Estado de Yucatán tenía salida a la costa por el puerto de Santa María de Sisal en donde se construyó un fuerte a fines del siglo XVI que sólo consistía en una torre vigía. La necesidad de almacenar mercancías en ese lugar, lejano de la capital y en espe­ra de las flotas, originó que más tarde la torre se convirtiera en fuer­te, construyéndose un depósito de mercancías cercano a ella.


Consistía el fuerte en un desplante cuadrangular con dos senil ba­luartes que daban hada tierra adentro y una entrada, con rampa de acceso, entre los dos; por el lado del mar sólo tiene dos garitones en los ángulos correspondientes del cuadrángulo.


Otro intento para poder combatir a los corsarios o piratas es la creada en Veracruz en 1638 y que fue denominada: “La Armada de Barlovento denominada por Vicente Riva Palacio lo que se formo con el propósito de que la Flota naval española, pudiera defender los territorios y embarcaciones españolas de los ataques piratas.


A principios del siglo XVIII había logrado imponer cierto orden en el Golfo de México y el mar de las Antillas, extensiones en las que operaba y que estaban infestaban de corsarios”.


Así, en Cedula de 14 de .febrero de 1552, se dan las disposiciones para que los barcos de guerra se armen al mando de un maestre y Riva Palacio dice[5]:
Desde 1534 en cédula de 28 de septiembre de 1552 se ordeno que los maestres llevasen toda la artillería, pelotas, pólvora, lanzas, dardos escopetas y todas las armas y municiones que fueren menester, según el tamaño del navío sin que obstare esto el que los jueces oficiales al dar la licencia y según el informe de los visitadores, pudiesen disponer que se aumentara el armamento de un navío.


Dentro de la Nueva España, se emitieron algunas disposiciones pro­pias que se amoldaron a las circunstancias reales de la época, dando aplicabilidad a las que provenían de España como fue el Bando de 8 de septiembre de 1801, que se publico la real orden de 8 de diciembre de 1800 sobre el fuero militar, para quienes siendo de justicia y política, delinquen con motivo de hechos de su encargo, no perdieren el fuero de guerra, siendo juzgados por jueces del mismo, salvo situaciones que irrogaren infamia, antes de su ejecución se debían privar de los empleos militares.


Otra de las disposiciones verdaderamente importantes dentro de la Nueva España fue la Real Ordenanza Naval, para el Servicio de los Baxeles de su Majestad, dicha disposición es un antecedente del Código de Justicia Militar pues en el contiene disposiciones eminentemente disciplinarias a los delitos militares, así como los castigos que se les imponen a los mismos, no obstante que este cuerpo de leyes trata de la Marina como fuerza militar


En su contenido, comprende infantería y tropas de artillera que se encuentren embarcadas, estatuyendo situaciones de jerarquía y reglamentarias en el interior de los alojamientos militares que hace sus veces al hoy Reglamento para el Servicio Interior de los Cuerpos de tropa; sin embargo, la citada Ordenanza ha sido olvidada y no tomada como un punto de partida para los textos legales vigentes.


Pero en el Pacifico El virrey don Antonio María de Bucareli y Ursùa delega faculta­des en don Manuel de Santíesteban para que nombre proyectista y director de las obras del nuevo fuerte, resultando nombrado el inge­niero don Ramón Panón quien, inspirado en el proyecto de Cons­tansó, realiza uno nuevo en forma de pentágono regular con cinco caballeros o baluartes, perfectamente regulares, que dan al fuerte una de las plantas de fortaleza más perfectas logradas en América y que ha llegado completa hasta nuestros días.

Panón inicia las obras del nuevo fuerte en 1778 llamado primero de San Carlos en honor del rey de España, pero generalmente conocido por San Diego. Terminó la construcción en 1783 y tenia cabida para dos mil hombres con víveres, agua potable v municiones para un año
Nada importante ocurre en la flamante fortaleza al iniciarse el si­glo XIX, sino en plena guerra de independencia con los ataques que, por espacio de tres meses, realizó el insurgente don José María Mo­rolos al fuerte de San Diego hasta lograr su capitulación el 20 de agosto de 1813.


Siguiendo en el litoral del Pacífico se construyeron también algunos reductos y pequeños baluartes en el estero de San Blas en Nayarit, lugar propicio para la entrada y resguardo de embarcaciones así como para la construcción de las mismas.


De las antiguas construcciones de San Blas sólo quedan las ruinas de la llamada Contaduría y la iglesia, situadas en la parte más alta del cerro del mismo nombre, así como los vestigios de los pequeños reductos que ahí existieron dominando completamente la entrada a la rada y al puerto.


En esta forma se proyectó el sistema de fortificaciones para los litorales de Nueva España; pero en el interior del territorio también se construyeron fortalezas o presidios; entre ellos el más importante es, sin duda, el fuerte de San Carlos en Perote. Situado en un punto estratégico entre los dos caminos que unían Veracruz con México;
Uno pasando por Orizaba y el otro por Jalapa, era indispensable guardar y proteger los tesoros reales en su tránsito desde la capital hasta el puerto; por esta razón el fuerte de Perote es más bien un almacén fortificado.


El marqués de Croix ordenó su construcción al ingeniero don Manuel de Santiesteban, empezando los trabajos en abril de 1770 y terminando en 1777, siendo virrey de la Nueva España don Antonio María de Bucareli.[6]

La planta del fuerte es un cuadrado de 280 varas por lado o sean 232.40 metros aproximadamente; con cuatro baluartes foso seco que lo rodea, defensas exteriores en cola de golondrina y glacis. Domina una gran extensión de la llanura cercana a la población de Perote.


Los baluartes se llamaron de San Carlos, San Antonio, San Julián y San José.


Las coranas son abovedadas y, en el centro del cua­drángulo, se alzan cuatro edificios en dos pisos formando un gran patío con arcadas de bellas proporciones; tiene una gran capacidad en almacenes y habitaciones de tropa.


En 1786 fue reconocido el fuerte por e! ingeniero Narciso Godina quien apreció su defectuosa cimentación y el poco grueso de sus cortinas, impropio para resistir un ataque; por esa razón el virrey Revillagigedo lo consideró más bien como un gran cuartel, almacén y prisión.


Así se le siguió considerando en el siglo XIX hasta nuestros días en que, durante la segunda guerra mundial, se le utilizó como prisión.[7]
Desde el punto de vista arquitectónico las fortalezas de la Nueva España eran de varios tipos:
1. De planta rectangular, 4 baluartes, caballero, revellín, foso y defensas exteriores (ejemplo: San Juan de Ulúa).
2. De planta cuadrada con dos semibaluartes, caballero y sin foso (ejemplo: Sisal en Yucatán).
3. De planta cuadrada con cuatro baluartes, foso y revellín (ejemplos: San Carlos de Perote y Bacalar).
4. De planta pentagonal con cinco baluartes, foso y defensas ex­teriores (ejemplo: San Diego de Acapulco).
5. Las ciudades fortificadas, cuyo trazo era generalmente hexagonal, con baluartes y cuatro o más puertas-


Existieron otros tipos de fuertes que. sin reunir todos los elemen­tos de las fortalezas, eran sitios o lugares fortificados para alojar tro­pas de defensa o resguardo; a esta dase de fuertes se le llamaba pre­sidios y existen todavía ruinas de algunos de ellos. Consistían generalmente en un recinto cuadrado o rectangular, con cuatro garitones en sus ángulos y, en su interior, un gran salón separado de los muros exteriores por un pasillo sin techo: sólo tenía ventanas en el recinto interior y ninguna en el muro externo salvo la única puerta de entrada, resguardada por otro garitón.
Como ejemplo de estos presidios existe el llamado fuerte de Álvarez en el cerro de la Mira en Acapulco, dominando toda la bahía y el camino carretero.


Sitio estratégico desde el cual inició sus ataques a Acapulco el siervo de la Nación Morelos, durante la guerra de independencia.


Existen también vestigios del presidio de la isla de Mezcala en el lago de Chápala y el de Zacapu, en Michoacán.


Las fortificaciones no sólo de la Nueva España sino de toda His­panoamérica, son el testimonio más extraordinario que conservamos (aunque no siempre con el celo y cariño que debiéramos) de la natu­ral reacción contra los ataques del exterior.


Su interés no radica exclusivamente en su arquitectura sino en el costo y esfuerzo que significó su construcción, en los aciertos, las torpezas, la política y los criterios distintos de autoridades y directi­vos que además de entorpecer y retardar su terminación, elevaban los costos sin poder cumplir con su cometido.


De proteger y resguardar a las colonias de América, y es hasta la década de 1760 1770, cuando la Nueva España se vio amenazada, por un inminente estado de guerra entre Inglaterra y España, haciéndose cargo de la Colonia el teniente General Joaquín de Montserrat marqués de Cruillas, quien ordenó las disposiciones necesarias de defensa en el castillo de San Juan de Ulúa cerciorándose de la disciplina de las tropas Gutiérrez Santos al respecto dice:[8]

Hasta esas fechas la defensa del territorio colonial estuvo al, cargo de los encomenderos en las zonas en que radicaban, por lo que contaban con grados militares honoríficos que habían comprad a la corona, pero estos individuos ante la emergencia pusieron todos los medios que estaban a su alcance para rehuir el servicio y sobre todo, evitaron salir de sus lugares de origen.


Lo anterior se debía a su poca vocación hacia la actividad de las armas y la mayoría huía el tener que reclutarse y exponerse a salir de donde vivían, amen de que los grados que ostentaban eran comprados lo que motivaba una verdadera indisciplina fortaleciéndose las guarniciones con presos que eran mandados por oficiales la mayoría de ellos sin experien­cia militar.


También dentro de esta época en que el virrey marqués de Croix puso en vigor las reformas propuestas por el teniente general Juan de Villalba y Angulo y mas tarde a finales del siglo, con el objeto de prevenir invasiones de tropas extranjeras pertenecientes a los enemigos de España, empezó a organizar y hacer campañas en las regiones fronterizas de Texas, quedando cimentada la institución militar.


Así pasaron mas de dos siglos sin que hubiera en Nueva España mas tropas permanentes que la escolta de alabarderos del virrey, formadas en el año de 1695 y extinguidas por el general Villalba en 1765.
En el folio 12, ley XVII de la recopilación de Ley de Indias[9] en lo referente a estas compañías de alabarderos de la guardia del excelentísimo virrey dice: “Y los virreyes de Nueva España tengan para los mismos efectos un capitán y veinte soldados, a los cuales se les pague el sueldo en la cantidad y consignación que es costumbre y el capital se de por duplicado con que no sea de nuestra Real Hacienda.

Y mandamos que las plazas de alabarderos no sirvan por criados de los virreyes.

El uniforme de este cuerpo esta muy bien descrito en el libro de Juan Manuel San Vicente referente a la corte mexicana[10] : “Un poco más adelante se crearon las dos compañías de palacio, formadas con elementos escogidos pues uno de sus artículos manda lo siguiente: “Cuando hubiere de proveer alguna plaza de soldado, el capitán o del oficial que mandare la compañía no recibirá de menos edad, que la de diez y ocho años, ni que se pase de cuarenta, y tenga robustez para el manejo de las armas, debiendo siempre preferir a los que hubieren servido en España, no darán plaza al que fuera casado, ni con la facilidad darán licencia a los que actualmente haya en la compañía, por los inconvenientes que de ello se siguen al real servicio”[11]


Junto con la compañía de Alabarderos se creo la compañía de Caballería del Real Palacio y así como también el Cuerpo de Comercio de México y los de algunos gremios.


En las provincias se crearon cuerpos con poca disciplina a los que se agregaban las fuerzas que se solían levantar en determinadas ocasiones.
Con el advenimiento de la casa de Borbón, además de haber mandado algunos regimientos de España, Un antecedente del ejercito de la Colonia, lo fue Real Regimiento de América, habiendo llegado de España 15 oficiales distinguidos y 70 elementos de tropa, en el año de 1766 y en 1768, se fundaron los siguien­tes unidades militares virreinales: Compañías de Alabarderos de la Guar­dia del Virrey, Regimiento de la Corona de la Nueva España, dos compañías fijas de voluntarios de Cataluña, una compañía de Artillería de Veracruz, Regimiento de veterano de Dragones de España, Batallón de Cas­tilla o de Campeche, Guarnición de la Isla y del Presidio del Carmen, Guarnición del puerto de de Acapulco y Regimiento de Infantería Provincial de Toluca
Se fueron formando los cuerpos de veteranos y milicias de vecinos, estos últimos no sin resistencia del pueblo, terminando algunas veces en motines que se sosegaron rápidamente.


Al mismo tiempo se dio gran extensión al fuero y a la jurisdicción militar que ejercía el virrey como capitán general con el auditor de guerra que era un oidor, aumentándole después a la comandancia general de Provincias Internas tenia su jurisdicción independiente y para desempeñar las funciones judiciales el comandante general tenia un asesor letrado.


Fue entonces cuando hubo mayor conexión militar entre la Corte y las posesiones españolas en este continente.


El Virrey era considerado como el Capitán General e los Ejércitos de la, Nueva España y dentro de sus obligaciones estaban la de prevenir rebeliones, la defensa costera por el Golfo de México y por el Pacifico, las exploraciones a tierras no colonizadas y la de expansión del territorio, así como conocer de los actos jurisdiccionales de las causas militares en primera y segundas instancias José Ignacio Rubio Mañe mencionaba[12]:
Si se apelaba a la sentencia del capitán general podía hacerse directamente a la Junta de Guerra del Consejo General de Indias.


En primera instancia podían ver esas causas los capitanes de milicias, los castellanos de algunas de las fortalezas, los maestres de campo. Los almirantes de la Marina y todos los jueces de tribunales militares.
Por su parte, señala Rubio Mañe[13]


El Virreinato tuvo que sostenerse por si mismo en los problemas de defen­sa y no fue sino en el reinado de Carlos III cuando se preocupo España en reorganizar esa situación milita de Nueva España creando un Ejercito profesional conforme al modelo que ya se estaba adoptando en la metrópoli tomado de Francia y de Prusia.


Podía luego apelarse de las decisiones de estas casusas el capitán general tenia un asesor con titulo de auditor de guerra para lo cual podía designar a un oidor de la Audiencia.


Algunos de los virreyes traían de España a su propio asesor y otros llamaron a algún jurisconsulto con residencia en México que le sirviera en ese empleo.


El virrey, con la aprobación del monarca español crea mediante ayuda, del teniente general Juan de Villalba y Angulo como inspector y comandante de las Fuerzas Amadas de la Nueva España.


Un cuerpo mili­tar compuesto por cinco mariscales de- campo, 50 jefes y oficiales peninsulares y 2000 soldados mercenarios que se encuadra en las Unidades de la Colonia, se recluta gente de las poblaciones por medio de la leva, enganchado hombres por medio de la fuerza.


Atendamos, ahora lo que De León Toral dice:[14]
El virrey tenía la facultad de nombrar a los jefes, o sea los coroneles y tenientes coroneles que figuraban en los escalafones de la época; y el teniente general Villalba designaba a los oficiales de alférez a capitán.
Los regimientos y batallones se organizaban en las distintas provincias de los regimientos y batallones se organizaban en las distintas provincias de la Colonia, las que tenían a su cargo la provisión de uniformes y equipo para las tropas; el armamento y las municiones los proporcionaba el gobierno virreinal por cuenta la Real Hacienda la organización e instrucción de las Fuerzas Armadas quedó en todo ajustada a la Ordenanza Militar de España.


Toca ahora mencionar cuál fue la Ordenanza española que se aplicó en la Nueva España al respecto, el maestro' Octavio Vejar Vázquez, en las consideraciones que hace don Tomás López Linares sobre el Có­digo de Justicia Militar afirman:[15]
Se creo en España el "'Fuero Español y Privilegiado", para juzgar a los individuos del Ejercito.


Desde la expedición de las primeras leyes, militares El rey Carlos I en su Ordenanza de 13 de junio de 1551, fue quien de una manera solemne proclamo su establecimiento después Felipe II, en cédula de 9 de mayo de 1557 y Alejandro Farnesio, capitán general de los estados de Flandes en Ordenanza de 13 del mismo mes y año hicieron lo mismo.


También lo reconocieron Felipe III en cedula de 11 de diciembre de 1598; Felipe IV por las leyes o cedulas de 21 de mayo de 1621, noviembre 5 de 1632 y 28 del mismo mes. Este rey creo el Supremo Consejo de Guerra por decreto de 25 de septiembre de 1632sin embargo de que algunos autores lo hacen venir erróneamente del rey Pelayo, que murió el año 737 de la era cristiana.


También existe el fuero de guerra conforme a las cedulas de Carlos II de 29 de abril de 1697 y 28 de mayo de 1700 a las ordenanzas de Felipe V de 18 de diciembre de 1701, cedula de 30 de diciembre de 1706 y Ordenanza General de 12 de julio de 1728 que rigió hasta 1762; Fernando VI lo reconoce en sus Ordenanzas de la Real Armada de 1748 y 175, ampliándolo en las promulgadas para los regimientos Espéciales de Guardias de Infantería y por ultimo en las Reales Ordenanzas dadas en San Lorenzo el 22 de octubre de 1766, que fueron las vigentes en México, alterados en parte por Carlos III y modificadas por otras muchas leyes.
En 1852 fueron reformadas por el general don José Lino Alcorta y así continuaron rigiendo hasta 1882, en que se expidió nuestro primer Código de Justicia Militar siendo presidente de la república el general de división don Manuel González


No obstante que los antecedentes anteriormente citados se refieren en mucho al fuero de guerra, es innegable que las Ordenanzas mencionadas se aplicaron en materia militar para la organización del Ejercito, siendo vigentes en la Nueva España, pero la única fuerza armada regular que hubo antes de Carlos III, cuando instalo los regimientos veteranos, fue la Guardia de Alabarderos del Virrey y dice José Ignacio Rubio Mañe[16]:
La Capitanía General de Nueva España dividió su jurisdicción en tenientes de capitán general y capitanes a guerra además de dos castellanos el de San Juan de Ulúa y el de San Diego de Acapulco Hubo tenientes de capitán general en las ciudades de Querétaro San Luis Potosí Antequera de Oaxaca y Valladolid de Michoacán asimismo los pueblos de Tlalpa y Tantoyuca vinculados esos empleos con los corregidores y alcaldes mayores que allí tenían la jurisdicción civil, judicial y económica.
Capitanes a guerra, los hubo en la ciudad de Puebla de los Ángeles y en las villas de Santa fe de Guanajuato y León, también vinculados en los alcaldes mayores.



Las Californias estaban guarnecidas con cinco compañías permanentes de caballería volante y las Provincias Internas dependientes del virreinato con una en Nuevo León y tres en Nuevo Santander, además de las milicias de los vecinos que había en cada población además de las milicias de los vecinos que había en cada población para defenderlas de las irrupciones de los bárbaros.


Estos ejércitos de la época colonial no estaban formados por indios, pues éstos estaban exentos del servicio militar. En consecuencia, el fondo guerrero de las tropas lo formaban los negros, los mulatos y los mestizos, y el cuerpo de sargentos y oficiales se componía de criollos, correspondiendo el mando del ejército a los españoles europeos, en quienes se vinculaban los principales grados.


Los mestizos, como descendientes de los españoles, debían tener los mismos derechos que ellos, pero se confundían en la clase general de castas. De éstas las derivadas de sangre africana eran reputadas infames de derecho y todavía más, por la preocupación general que contra ellos prevalecía, sus individuos no podían obtener empleos, aun cuando las leyes no lo impedían; pero estas castas infamadas por la costumbre, condenadas por las preocupaciones, eran sin embargo la parte más útil de la población, por cuanto que los hombres pertenecientes a ellas, endurecidos en el trabajo de las minas, ejercitados en el manejo del caballo, eran los que proveían al ejército, no solamente en los cuerpos que se componían exclusivamente de ellos, como los pardos y morenos de la costa, sino también a los de línea y milicia disciplinadas del interior, aunque éstos, según las leyes, deberían componerse de españoles.


En cuanto a cantidades aproximadas de elementos militares existentes se tiene comentado por Alejandro de Humboldt quien cita[17]: "Defensa Militar absorbe la cuarta parte de la renta total. El ejercito mexicano tiene 30.000 hombres de los cuales apenas hay un tercio de tropas de línea y los dos tercios restantes son de milicias".


De aquí se desprende que no toda la comunidad militar era combatiente y que resultaba costoso el mantenimiento de tropas y milicias que no cumplían con su cometido.


Según Lorenzo de Zavala, estaba integrado de la siguiente forma[18]:
Tropa veterana 7 083
Presidenciales y volantes del virreinato 595
Presidenciales y volantes de las provincias internas 3 099
Milicias provinciales 18 884
Total 29 661

Según Alamán, el ejército permanente consistía en una compañía de alabarderos de guardia de honor del virrey; cuatro regimientos y un batallón de infantería veterana o permanente que se componía con cinco mil hombres; dos regimientos de dragones con quinientas plazas cada uno, un cuerpo de artillería con 720 hombres distribuidos en diversos puntos; un corto número de ingenieros, y dos compañías de infantería ligera y tres fijas que guarnecían los puertos de la isla del Carmen, San Blas y Acapulco.

De los cuatro regimientos de infantería uno estaba en La Habana, con lo que la fuerza total permanente dependiente del virreinato no excedía de seis mil hombres.

Los cuerpos de infantería de línea eran los regimientos de la Corona: el de Nueva España, llamado generalmente de los verdes, por usar vuelta verde sobre casaca blanca; el de México, llamado de los colorados por el mismo motivo; el de Puebla, llamado de los morados, y el batallón fijo de Veracruz. A los regimientos de dragones se les denominaba de España y México.

La totalidad de los cuerpos de milicias provinciales, infantería y caballería, con las siete compañías de artillería miliciana de Veracruz y otros puntos de la costa, suponiéndolos completos y en pie de guerra, lo que casi nunca se verificaba, ascendía a veinticuatro mil cuatrocientos once hombres; pero deduciendo de este número las divisiones de ambas costas que no salían de sus demarcaciones, quedaban de fuerza efectiva y útil veintidós mil doscientos once hombres, que unidos a seis mil de tropas permanentes hacen un total de veintiocho mil, que era la fuerza de que disponía el virreinato.[19]

En esta enumeración no están comprendidas las tropas de las Provincias Internas ni las de Yucatán, porque ni unas ni otras dependían del virreinato.

Las primeras consistían en las compañías presídiales y volantes distribuidas en las provincias de Durango o Nueva Vizcaya, de la que entonces dependía Chihuahua, Nuevo México, Sonora y Sinaloa, Coahuila y Texas, las cuales con las compañías de indios ópatas y pimas de Sonora estaban destinadas a proteger aquella dilatada frontera contra las irrupciones de los apaches.

En Yucatán había un batallón veterano y algunos cuerpos provinciales con la competente artillería.

Según Abad y Queipo -quien escribía en 1809-, la cifra de veintisiete mil hombres que daba como efectivo la lista de los regimientos de Nueva España no era correcta, pues en todos los cuerpos existía una falta considerable, especialmente en las provincias que, no estando sobre las armas se dispersaban de tal modo que, cuando era necesario volverlos a reunir, no se encontraba la mitad y había que reemplazarlos con gente nueva.

La mayor parte se ocupaba en la guarnición de los puertos y fronteras y servicio de la capital, de cuyas escasas dotaciones no se podía quitar un hombre.

Y Abad y Queipo pregunta:
¿Que nos resta de la tropa existente para hacer cara a un ejército de veinte o treinta mil hombres aguerridos y bien equipados que nos pueden acometer por tantos puntos diferentes?.

Cuando mucho diez o doce mil hombres sin táctica ni disciplina, y tomados por punto general de los heces del pueblo, gobernados en su mayor parte por una oficialidad que no debe ni puede tener la instrucción necesaria, mal armados y equipados, sin trenes de artillería y campaña, sin balas de cañón ni metralla y otras municiones indispensables.

Después de este triste cuadro Abad y Queipo excitaba al virrey Garibay para que aumentara y reorganizara el ejército, cuya pintura no podía ser más lamentable, y es que por una disposición tan política como económica, la fuerza principal destinada a la defensa del país consistía en los cuerpos que se llamaban de milicias provinciales, los cuales no se ponían sobre las armas sino cuando el caso lo pedía.

Componían se éstas de gentes de campo o artesana reuniéndose en periodos determinados para recibir la instrucción necesaria. Estos cuerpos estaban distribuidos por distritos y era un honor muy grande que se compraba a alto precio.

Finalmente a manera de conclusión en la Nueva España si se establecieron sistemas militares defensivos tales como fuertes y alojamientos las fortalezas costeras mas importantes fueron el Fuerte de San Diego de Acapulco y el Castillo de San Juan de Ulúa y cabe mencionar una construcción defensiva en la Nueva Empaña, como fue el Palacio Antiguo de los Virreyes de México; el Fuer­te de San Carlos, de Perote, Veracruz: el Reducto de San Miguel en Campeche y los Fuertes de Loreto Y Guadalupe, en Puebla.

Así José Enrique Ortiz Lanz afirma:[20] "La gran mayoría de las fortificaciones construidas en México durante el periodo colonial y con carácter permanente, fueron para la defensa del territorio de los ataques extranjeros, mismos que en los primeros siglos de la Nueva España tomaron el viso de la piratería, en sus variadas formas: Corsarios bucaneros y filibusteros se sucedieron sin tregua, para apropiarse de las riquezas que España extraía de sus colonias”.

[1] Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera dela conquista de la Nueva España, Madrid 1942 tomo III p 135.
[2] Op cita Tomo I p 151
[3] Carta de Relación de Don Fernando Cortez p 40 editorial del siglo XVIII

[4]
[5] Riva Palacio Vicente op cita nota 1 p 194
[6] Archivo General de Indias Mex 2460
[7] Archivo General de Indias Mex.2472
[8] Gutiérrez Santos, op cit nota 5 p. 386.
[9] Antonio Balbàs, Recopilación de leyes de Indias, Madrid tomo II, libro tercero 1756.
[10] D. Juan Manuel San Vicente Exacta descripción de la magnifica corte mexicana Cádiz Imprenta de Francisco Rioja 1768.
[11] Archivo General de la Nacion Bandos y Ordenanzas tomo III, 41 mayo 19 de 1744.
[12] Ibidem p 110.

[13] Rubio Mañe José Ignacio El Virreinato México Fondo de la Cultura Económica 1983 t I p 113
[14] León Toral Jesús de op cita nota 11 p 79
[15] Vejar Vázquez Octavio y López Linares, Tomas Consideraciones al Código de Justicia Militar, México, Editorial Información Aduanera de México 1955 p 7.
[16] Rubio Maño, José Ignacio. El virreinato op cita nota 24 p 113
[17] Humboldt Alejandro Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España México Porrúa 1984 p 366
[18] Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830, México, Manuel N. de la Vega, 1845.
[19] Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Jus, 1942, t. I, p. 83.
[20] Ortiz Lanz José Enrique Arquitectura militar de México , México Secretaria de la Defensa Nacional 1993 p 42.

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